A mí me daba miedo la selva.
Sobre todo, por los insectos.
Tenía guardada la memoria de los conquistadores, de la manigua, el infierno verde que come gente y en el que desaparece el sentido del tiempo y el espacio, quedando atrapados en un lugar irreal poblado de bichos.
Que equivocada estaba.
Para los insectos, basta tomar tiamina (vitamina B1 antes y tener un buen repelente (armadura amazónica me encantó, es natural y huele delicioso)
Y en cuanto a la selva, wow …suspiro…, abrió mi corazón sumergirme en el verde mar, misterio de árboles y agua, donde todo está vivo, vibrante, húmedo. Verde que te quiero verde, verde limón, verde manzana, verde palpitante, oscuro, brillante. Árboles gigantes, ríos cristalinos, gente de mirada digna y profunda.
Además de sentirme segura durante todo el viaje, en el que la logística fue impecable (transporte interno, alimentación y hospedaje) me sentí inmensamente afortunada.
Fuimos recibidos por indígenas en su casa, dentro del resguardo. Ser acogida por quienes habitan el territorio cambia toda la perspectiva. Más allá de la imagen romantizada del indígena con plumas en la cabeza y pies descalzos, o la imagen peyorativa del indígena borracho, lo que aparece es gente viviendo, y como parte de su vida abren la puerta de su casa y nos dan la bienvenida.
Me encontré allí una pureza que aún no se situar, puede ser el aire limpio sin ruidos de máquinas, o los niños corriendo y riendo sin gritos adultos de enfado. Tal vez eran los pájaros cantando o esa inmensa luna amarilla que vi nacer del río. También puede ser la sensación de atención y presencia de los adultos, que, aunque son de pocas palabras, mantienen una actitud que parece percibir todo lo que pasa y al tiempo están cuidando de aquello que están haciendo sin afán ni preocupación.
Por supuesto esto no significa que así sea siempre, todas las personas ni todo el territorio, pero en los días en que estuvimos allí, aunque yo no fuese de la comunidad, nunca me sentí extraña ni ajena.
De la poderosa medicina del Yagé, no tengo mucho que decir, salvo que entiendo profundamente en cada célula, la maravilla de tomar en territorio, donde ella enseña y es parte integral de la vida de cada persona en la comunidad. Doy gracias a los abuelos y abuelas que sostienen la tradición, y a esos pueblos milenarios, cuyos niños aprenden a vivir entre las piedras del río y la tierra que caminan, que conocen el espíritu de las plantas y como usarlas para mantenernos sanos.
A la selva vuelvo.
Mil veces.
A ayudar con mi presencia, dinero y tiempo a que esas formas de vida, que no son salvajes ni primitivas, sino diferentes y poderosas pervivan en el tiempo, a aprender con ellos.
Vuelvo a respirar el aire y escuchar el agua, a recordar la vida y el amor que ella es.
@laia.engaia
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